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Evangelismo cristiano y narcotráfico. Las dos cabezas del abandono en Costa Rica.

  • Foto del escritor: Jerry Alonso Mora Arias
    Jerry Alonso Mora Arias
  • 5 feb 2018
  • 5 Min. de lectura

Por Jerry Alonso Mora

El efecto Frisby. Entre lo subjetivo y lo estructural.

Cuando el antropólogo Oscar Lewis publica en 1961 la obra titulada “Los Hijos de Sánchez” produce un debate en los círculos intelectuales, académicos y sociales de esa época en México. Las discusiones giraban en torno a lo que Lewis denominaba la “cultura de la pobreza”: una suerte de prácticas socio-culturales cotidianas a lo interno de las familias que favorecían la reproducción vulnerable de sus condiciones materiales de existencia, a la par de los factores estructurales.


Muchas décadas han pasado y la academia, a partir de la relectura de sus obras, ha reivindicado el abordaje complementario mediante el cual el autor coloca el tema de la de la subjetividad como significativo en los análisis sociales de la pobreza. Lewis, en ese sentido expone, a partir de su trabajo etnográfico - anclado sobre una familia de un barrio pobre de la ciudad de México - el marco mediante el cuál estas prácticas se llevan a cabo:


“[la] lucha contante por la vida, periodos de desocupación y subocupación, bajos salarios, una diversidad de ocupaciones no calificadas, trabajo infantil, ausencia de ahorros, una escasez crónica de dinero en efectivo, ausencia de reservas alimenticias en casa, el sistema de hacer compras frecuentes de pequeñas cantidades de productos alimenticios a medida que se necesitan, el empeñar prendas personales, el pedir prestado a prestamistas locales a tasas usurarias de interés, servicios crediticios espontáneos e informales (tandas) organizados por vecinos, y el uso de ropas y muebles de segunda mano”


Los análisis críticos de la época se centraron en la dimensión en la que Lewis asocia la pobreza con aspectos particulares de la experiencia subjetiva de las familias. Sin embargo el autor siempre demostró que habían otras dimensiones que debían tomarse en cuenta, como el contexto socioestructural y político, la experiencia familiar y finalmente la conducta individual. En ese sentido este menciona:


“... en lo social y psicológico se hacen manifiestos factores como falta de vida privada, sentido gregario, incidencia de alcoholismo, recurso frecuente de la violencia física en la formación de los niños, el golpear a la esposa, abandono de madres e hijos (…) y la creencia de superioridad masculina” entre otros.



De esta forma Lewis logra establecer esos vinculos entre individuo y sociedad en un tema eternamente sensible: la pobreza. Lo que es importante, y que me parece se ha dejado de lado en los análisis sociológicos más recientes, es esa variable subjetiva, que, si bien responde al contexto histórico, finalmente precipita una serie de eventos cuyas consecuencias podrían terminar como en el caso de Costa Rica, afectando a miles de seres humanos como es el de la religión y su asocio con la política y viceversa. En ese sentido, desde esta particular coyuntura política aquellas tomas de decisiones que pensamos se reducen al ámbito privado, tendrían efectos dramáticos en lo público. Lo que al mismo tiempo repercutirá como en un efecto Frisby en lo familiar e individual.


El avance del crimen organizado y del evangelismo neoliberal.


Dos datos.


En el artículo “Juvenicidios en Costa Rica. “Raza”, clase, y origen geográfico, los factores silenciados” (Semanario Universidad, Nov 23, 2016) se resumo un estudio en donde señalo como en Costa Rica existe una relación proporcional en las caídas de los Índices de Desarrollo Humano Cantonal, con las tasas de homicidios dolosos o juvenicidios del año 2015. Los territorios más abandonados por las administraciones de los Partidos Liberación Nacional y Unidad Social Cristiana, como son todos los cantones de Limón y los territorios más abandonados del GAM, mantienen las mayores tasas de violencia y exposición a que los jóvenes se sumen a las filas del crimen organizado. En el año 2017 ocurrierón en Costa Rica 602 homicidios dolosos de estos 402, el 67% fueron perpetrados a jóvenes con mayor incidencia en estos cantones específicos.


Por otra parte la organización “The Latin American Socio-Religious Studies Program” (PROLADES) desarrolla en el año 2011 el estudio “Enciclopedia de Religión en las Américas y la Península Ibérica: en Costa Rica” el cuál estima que en el país en el año 1978 existían 513 iglesias evangélicas con 32.038 feligreses. Para el año 2000 ya eran 2270 con 228.657 miembros. Finalmente para el año 2010 estas sumaban 4871 iglesias y reportaban 413.708 miembros. ¿Casualidad el repunte en lo político?


Donde el estado no existe una versión de Dios y el narcotráfico aparecen.





Con la cuarta parte de la población en pobreza, con caídas en picada en los índices de desarrollo humano territorial, con comunidades sin infraestructura deportiva y recreativa, con miles de jóvenes sin acceso al mercado de trabajo y al sistema educativo, con altísimos índices de empleo precario y desempleo, las familias de las comunidades rurales y urbanas populares empobrecidas parecen que tiene poco donde construir sentidos para sus experiencias de vida. Las comunidades se vuelve espacios que parece son parte cada vez más de una “película del viejo oeste”. El tiempo parece no pasar. Progresivamente sus aceras se llenan de sangre, sangre de cuerpos que parece a nadie les merece la más mínima atención. Es ahí donde el narcotráfico o la iglesia fundamentalista (católica o evangélica) se convierten en un referente para la gente. Y si en esa medida, se logra relacionar con el proselitismo político electoral, constituira un punto a favor tracendental para las ancias de los grupos de poder para continuar con el proceso de despojo y acumulación utilizando de manera oportunista las necesidades espirituales y materiales de la gente.



La espiritualidad neoliberal.


El neoliberalismo no solo es una idea de organización política económica. Es un conjunto de normas y valores que buscan imponerse en la cultura. Las religiones, como parte de ese sustrato conforman esos territorios en donde el neoliberalismo busca engendrarse con la mayor pasión y fuerza posible. Sobre todo, por su carácter pragmático y funcional. Es decir, porque les resulta un binomio cada vez más imprescindible. Las iglesias tienen en ese sentido el espacio, los recursos y las formas para nutrir los valores del individualismo, la competencia y la prosperidad que se derivan del discurso neoliberal. Pero además, de convocar y volverse un caudal electoral precioso si se precisa sus necesidades más vitales y se les asegura una cuota de poder en la conservación de sus ideales: “la familia convencional”, “el no al aborto”, “la no legalización de las droga”, “la negación al matrimonio igualitario”, entre otros.


El uso de la religión no es nuevo para el desarrollo y reproducción del capital. Lo que si parece un error es la forma tímida con que la izquierda y los movimientos sociales han reaccionado ante el avance de estas fuerzas. Quizás uno de los factores que ha permitido este fenómeno es su capacidad de hacerse ininteligible, no entre lo religioso y lo político electoral. Sino entre los intereses políticos que se encubren en sus discursos religiosos de odio contra comunidades civiles específicas y sus derechos.


El neoliberalismo busca destruir el empleo público, privatizar los recursos del estado: el agua, la electricidad, la educación pública, los bosques, la vivienda y la salud. Busca profundizar que la carga fiscal recaiga en los pobres y la clase media, y ahora limitar los derechos civiles de comunidades específicas.

Los relatos recogidos por Oscar Lewis siguen siendo los mismos que podría recoger un etnógrafo como yo en cualquier comunidad popular de este país.




La busqueda de posibilidades alternativas por parte de las familias para sobrevivir día a día, las vicisitudes por no alcanzar si quiera esos objetivos, la enajenación (estar separado) de los medios para satisfacer las necesidades más inmediatas, está empujando a la gente a abrazar la secta, el narcotráfico o al político pastor o ha híbridos entre estos. En ese sentido las estrategias de poder popular deben estar orientadas en reconocer esos cambios y a combatirlos. Pero eso será otro tema.


 
 
 

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